Tengo una historia que contar sobre cómo vivir cuando la moto es el centro de la vida y de la muerte; de tus problemas y alegrías; de tus frustraciones y de tus mayores satisfacciones.
Empecé a montar en moto con ocho años más o menos, si a esa cosa con pedales se le podía llamar moto. Era una Peugeot que mi padre consiguió en un trueque extraño. Una Vespa por un ciclomotor clásico. Una mierda por otra vaya.
Pero ya desde antes sabía que la moto iba a ser el centro de mi vida. Lo intuía desde el útero de mi madre cuando, preñada hasta la boca, iba de paquete en la Montesa de mi padre.
Pasaron muchos años y motos (más años que motos, la verdad) cuando conseguí tener mi primera moto grande. La indestructible Kawasaki EN500, la peque de las Vulcan. Un pepino gordo con el que hice mi primer viaje en moto.
Recorrí España en cinco días con mi mejor amigo, yendo los dos en la misma moto, haciendo rodadas de casi mil kilómetros, yendo de locura en locura y no teniendo yo más de tres meses de experiencia con algo superior a 125cc. No nos matamos de milagro, aunque todavía me duele la rodilla de la hostia que dimos en Teruel.
Llegamos a la ciudad con ganas de descubrir el mundo, con ganas de fiesta y con hambre. Recorrimos sus calles y buscamos dónde podía estar todo aquello que queríamos encontrar. Calles desiertas. Solitarias. Como una peli de vaqueros cuando el bueno llega al pueblo tomado por los malos.
De repente dos chicas, de repente olor a perfume, los dos en la moto intentamos decirnos, como dos monos ‘¡Mira las tías!‘ y nos dimos una hostia de campeonato. Nada serio, hematomas y dolor. Y una anécdota más que contar.
Tras muchas historias decidí embarcarme en un proyecto algo singular…
Siempre he pasado de la ropa… pero siempre he sido un poco pintas. Cuando era adolescente prefería una camiseta desgastada de Extremoduro a cualquier otra cosa. Así me sentía yo.
Un buen día, harto de llevar ropa fea en la moto, decidí vestir como a mi me diera la puta gana. El problema era que la ropa que me daba la puta gana no protegía un carajo. Además estaba claro, en la caída de Teruel llevaba protección en la chaqueta, pero no en los pantalones. Codos perfectos, rodilla jodida.
Y ahí se me fue la olla y creé una marca de ropa para moto. En un principio hablé con una fábrica de allí y otra de allá a ver quién me podía hacer una sudadera de capucha de las que yo siempre llevaba en moto, pero con la misma protección que una fea de cordura.
Cuando lo conseguí, un montón de colegas me empezaron a preguntar e incluso a pedirme. Así que pedí que me hicieran más, y luego más… y cuando me di cuenta no me quedaba otra que montar un tienda online, una marca de ropa, un canal de YouTube, una cuenta de Instagram… y al final me tuve que convertir en otro gilipollas más en Internet.
Pero el verdadero motivo de todo es poder montar en moto y vivirla en todo su apogeo todo lo posible. En mis ratos libres me dedico a la educación, tengo amigos, toco en una banda de Metal… pero vivir lo que se dice vivir, solo vivo cuando estoy encima de Vykie.
Decidí que el jabalí sería la imagen de fuerza, libertad y mala pinta de MotoBoar
Como todo el mundo cree que soy guiri, una vez empecé a escribir cosas en internet y a publicar para MotoBoar, la marca del jabalí, lo hice en inglés, pero como alguien me dijo una vez, si vas a hacer el gilipollas, hazlo en español. Por eso comienza aquí la era de la gilipollez en moto.
Dejar una respuesta